Humanae vitae
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   Encíclica de Pablo VI del 25 de Julio de 1968, sobre los problemas morales que plantea el control de natalidad y la propagación natural de la vida humana.
   Desde un análisis realista de la situa­ción del mundo (explosión demográfica, nuevas corrientes y actitudes sobre la sexualidad, el trabajo femenino, deseo de paternidad y maternidad responsable, la extensión del aborto legal, facilidad para la esterilización) se enfoca el hecho o la posibilidad del con­trol de la natalidad con términos éticos y tradicionales.
   Se rechaza la acción directa que impida o interrumpa la fecundación y se vincula la regulación responsable de la paternidad con el uso oportuno del matri­monio en períodos no fértiles, o simple­mente mediante la continencia.
    La no aceptación de medio preventivos físicos (condones o similares), químicos (anovulatorios o antianidatorios) o clíni­cos (esterilización masculina o femenina) hizo de la Encíclica objeto de apasionada discusión y explícito rechazo por determinadas corrientes morales hasta en ámbitos católicos.
   Algunos, incluso excelentes moralistas, la atribuyeron olvido de la situación sexual del hombre moderno, los progresos actuales de la ciencia biológica y médica y los previsibles en tiempos inmediatos, cierta confusión en el tema de los preser­vativos (al no distinguir entre preventivos y abortivos) y el silencio sobre las técnicas cada vez más usadas sobre la fecun­dación artificial, reproduc­ción asistida, la manipu­lación genética, la elección de sexo, etc.
   Al dar la prioridad en el matrimonio a la acción fecundadora y no a la expresión amorosa de la pareja, aunque la Encíclica implica los dos rasgos como inseparables y no gradúa su importancia, cosa que malévola o ignorantemente muchos comentaristas confundieron, los criterios que exponía se prestaban a diversas interpretaciones subjetivas que peligrosamente podían apartarse de la enseñanza normal eclesial, no del Papa Pablo VI, sino de la Iglesia cristiana en general.
   Después de las décadas ya transcurridas, la Encíclica y las polémicas conco­mitantes, quedan un poco en el olvido. Pero sus criterios siguen siendo válidos y orientadores de la tarea pastoral.
   El educador de la fe y de la moral, sobre todo con jóvenes, tiene que saber leer bien la Encíclica y recordar en sus tareas educadoras diversos principios:
       - que el placer sexual es un bien querido por Dios, un deber y un derecho de cada cónyuge, una fuente de santificación.
       - que en nada la Encíclica se opone a reconocer su bondad y su dignidad y que debe ser situado en el contexto matrimonial, en la igualdad de los miembros de la pareja y en el contexto antropológico de la familia y en el religioso de la revelación divina confiada a la Iglesia.
       - que la sexualidad y los actos generativos tienen una dignidad singular y exi­gen una respeto ético por su trascendencia unitiva en la pareja y por su capaci­dad reproductiva, lo que implica el posible origen de otros seres que también tienen derechos; ello supone ampliar la mira­da de la pareja.
        - que no hay que confundir control de natalidad por cualquier medio (birth control) y paternidad responsable, pues para regular la natalidad puede haber recursos buenos y recursos malos y el cristiano tiene que discernir desde la fe.
        - que el ejercicio de la sexualidad tienen muchas dimensiones: éticas, estéticas, místicas, sociales, no sólo genitales.
        - que debe valorarse religiosamente desde la conciencia creyente y desde las propagandas biogenéticas.
        - que hay una dimensión revelacional, como en otros muchos terrenos, además de la fisiológica y natural; y que el cristiano debe preguntarse qué ha dicho Dios, lo cual se transmite por la comuni­dad cristiana, por la tradición, por el Magisterio, sobre todo por la Palabra de Dios; sólo así se formará su conciencia cristiana a la luz de la fe y no de forma aislada, egocéntrica o subjetiva.
    En la formación de estos criterios ayuda la Encíclica si se lee sin prevenciones, fuera de las polvaredas periodísticas y con ojos, y oídos, de creyente.